Cuando hablas con Ángel Gabilondo (San Sebastián, 1949) tienes la sensación de estar más ante un erudito que ante un político; y si le comentas el riesgo de que alguien con su perfil pueda perderse en las grandes ideas, sin descender a la calle, se toma su tiempo para responder y suelta sin más: "Tal vez porque soy hijo de una familia trabajadora, modesta y numerosa, soy muy pragmático. Me gustan las cosas concretas, realistas, fiables y solventes; y si alguno piensa que porque soy profesor de Metafísica me distraigo entre mis ideas, se equivoca". Es amable y educado, de firmes convicciones de izquierdas. Llegó a ser ministro de Educacion dejando claro que no perdería su condición de independiente, a la que no piensa renunciar. Dice alto y claro que la moción de censura contra Cristina Cifuentes es inamovible, porque Madrid precisa una amplia regeneración democrática, que pasa no solo por un cambio de personas, sino de partidos, y que el PP pagará cara en las urnas su inacción en el tema del máster. Para muchos, su forma sosegada de ser y estar en la cosa pública, como un hombre conciliador que no quiere ensuciarse con los lodos del politiqueo barato, es un bálsamo en tiempos revueltos. Reconoce que en parte su debilidad puede estar en que no descalifica a ningún adversario, pero prefiere la moderación como signo de firmeza.